Hace unas semanas llevamos a nuestro hijo Martín, de 2 años, a su revisión mensual médica con el pediatra. Recibimos una noticia que a cualquier padre le preocuparía: Martín presentaba un soplo grado 2 en el corazón.
Como mi esposo y yo no manejamos la jerga médica nos asustamos mucho, aunque el pediatra se miraba muy tranquilo. Nos dijo que había que hacerle un electrocardiograma y así estar cien por ciento seguros de que no era nada malo.
Me fui del consultorio llorando mucho porque nunca tuve miedo de que mi hijo se enfermara gravemente y mi temor en ese momento era que las noticias con el cardiólogo no fueran buenas.
El día de la cita llegó y fue un examen bastante rápido. El resultado fue bueno y Martín únicamente presentaba un soplo de grado inocente bastante común que iba a desaparecer mientras él fuera creciendo, y su vida podría seguir de manera normal como hasta ahora.
Yo tenía dos caminos al salir de ese consultorio. El primero, recibir una mala noticia y salir llorando; o el segundo, recibir una buena noticia y salir feliz. Gracias a Dios —¡infinitas gracias!— que fue la segunda. Salí feliz, aliviada y agradecida. Temí mucho por la salud de mi hijo durante unos días y recibí un buen resultado.
Ahora pienso: si hubiera sido la primera opción, o sea, de haber recibido una mala noticia, ¿hubiera creído en Dios como le creo cuando todo está bien? ¿Me hubiera enojado con Él por un resultado negativo? ¿Hubiera tenido la misma fe que tengo hoy escribiendo esta historia? No lo sé. Y esa respuesta me dio miedo porque es increíble cómo el miedo nos inunda cuando algo está mal.
Creo que es más difícil creer cuando las cosas están mal. Nos cuesta mucho ver el lado bueno cuando perdemos nuestro trabajo, cuando nos enfermamos, cuando nos peleamos con nuestra pareja, etcétera. Siempre que algo sale mal, es más difícil.
Pero sin fe es imposible agradar a Dios y puede que en la vida pasemos por varias escenas en donde nos cueste creer, unas veces más que otras, pero no dejes de hacerlo nunca. Cree tanto como cuando todo está bien en tu familia, en tu trabajo y en tu salud. Que lo último que hagas en tu vida sea dejar de creer. Definitivamente esto es algo que también yo debo recordar todos los días de mi vida.
Por: Ana Luisa Montúfar Quintero