Mi mamá en su casa siempre ha sido muy ordenada y limpia. Desde que fui pequeña ella nos obligaba a tener limpio y ordenado nuestro cuarto. No podíamos salir de la casa sin hacer la cama o sin dejarlo ordenado. A la hora de la comida siempre teníamos que recoger los platos y ayudarla a lavarlos y ordenar. Cuando somos pequeños esto es aburrido porque uno quiere salir corriendo a jugar, pero sabíamos que teníamos responsabilidad de orden. Recuerdo que si jugábamos algo (que con mi hermano hacíamos casitas en todo el cuarto) teníamos que recoger los juguetes y dejarlos tal cual los encontramos. Cada cierto tiempo hacía que revisáramos la ropa que teníamos y nos decía que donáramos la que ya no usábamos o que no nos quedaba. ¡Era muy aburrido!
Ahora que soy adulta lo agradezco enormemente, ya que esta actitud se volvió parte de mi vida y cuando me casé lo fue aún más. Mi esposo y yo tenemos nuestra casita. Yo me esfuerzo muchísimo por mantenerla ordenada y limpia y lo que más me cuesta es tirar lo que ya no uso (a veces tiendo a ser acumuladora). ¡Todavía me falta muchísimo, pero ahí voy! Sí valoro eso que mi mamá nos enseñó: ser ordenados, limpios, tirar todo aquello que no nos sirve o ya no necesitamos.
Un día estaba leyendo 1 Corintios 6:19-20 (NTV): ¿No se dan cuenta de que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien vive en ustedes y les fue dado por Dios? Ustedes no se pertenecen a sí mismos, porque Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto, honren a Dios con su cuerpo.
Me impactó mucho porque el Espíritu Santo no solo está en mí, sino que también habita y vive en mí. De la misma manera como limpio mi casa física me tengo que esforzar en hacerlo con la casa donde vive el Espíritu Santo, ósea, conmigo misma.
Estoy segura de que el Espíritu Santo también hace limpieza en Su casa —o sea, en nosotros— cuando ve algunas actitudes y conductas que no tienen que estar. Él las saca para que no estén. A veces es difícil porque no queremos dejar de tirar esas actitudes: eso que no le agrada a Él. O sea, dejar de pecar, alejarnos de ciertas personas, dejar de mentir, etcétera. Muchas veces el Espíritu Santo quiere meter cosas a Su casa que le agradarían tener, como el hábito de la lectura de la Palabra de Dios, la oración, hablar con la verdad y muchas más, que también son difíciles mantener.
En Salmos 15 (TLC) dice: Dime, Dios mío, ¿quién puede vivir en tu santuario?, ¿quién puede vivir en tu monte santo? Sólo quien hace lo bueno y practica la justicia; sólo quien piensa en la verdad y habla con la verdad; sólo quien no habla mal de nadie ni busca el mal de nadie ni ofende a nadie; sólo quien desprecia al que merece desprecio, pero respeta a quien honra a Dios; sólo quien cumple lo que promete aunque salga perdiendo; sólo quien presta dinero sin cobrar intereses, y jamás acepta dinero para perjudicar al inocente. Quien así se comporta, vivirá siempre seguro.
Leí este capítulo y me hizo reflexionar de aquellas actitudes y buenas prácticas que debo tener en mi casa para que el Espíritu Santo pueda vivir en mí. Hoy oro y le pido a Dios que, así como está cada día está trabajando en mí, también pueda trabajar en ti. Que podamos cada día anhelarlo, desearlo tanto, que queramos tirar todo aquello que no es bueno y agradable, y que podamos vivir como dice el capítulo 15 de salmos.
¿Qué cosas tenemos que tirar de nuestra casa espiritual? ¿Hace cuánto no hacemos esa limpieza profunda? ¡Hoy es buen día para empezar!