Es lindo dar y ser recompensado, pero dar en secreto es aún mejor.
Desde pequeña miraba cómo mi mamá daba propinas: en el salón de belleza, en restaurantes, al señor que echaba la gasolina. O también le daba un pan a algún guardián y dinero a personas que pedían en la calle. Regalaba nuestros juguetes a niños de albergues y apartaba víveres todos los meses para familias con necesidad.
Recuerdo una vez que estábamos en la ciudad y paramos en una zona que yo desconocía mucho, llena de carros y de personas. Nos detuvimos con luces de emergencia frente a un local y mi mamá bajó rápido a recoger un mandado. Al regresar, un joven como de dieciséis años se acercó a la ventana a pedirle dinero. Mi mamá tenía un billete reservado para una compra importante que debía hacer y también tenía unas monedas, así que decidió darle las monedas porque el billete ya estaba reservado para algo más. No lo quiso dejar ir con las manos vacías.
El joven se dio cuenta de que mi mamá tenía un billete de mayor denominación, se enojó por recibir solo las monedas y se las tiró a la cara. Mi mamá, pilas, cerró la puerta del carro muy rápido y las monedas se estrellaron en la ventana, pero a ella le dolió porque, aunque fuera poco dinero, se lo estaba dando con un buen corazón.
A cualquiera se le quitarían las ganas de seguirle dando a las personas necesitadas después de que te tiren el dinero de regreso, pero su actitud nunca cambió. Ella siguió dando, siempre con una sonrisa en la cara, y hasta el día de hoy lo sigue haciendo. Es más: me regaña cuando no tengo pensado dar alguna propina por algún servicio; por ejemplo, a la persona que llega a dejar comida o medicinas a domicilio. Ella no se perdonaría no darles algo, aunque sea una bebida.
Estas historias son de momentos sencillos donde yo la he visto, pero ella en secreto ha dado cosas que no puedo ni imaginarme y que sospecho que han sido muy grandes. Ahora yo les cuento un secreto: mi mamá nunca se enferma, es rarísimo que tenga alguna gripe o siquiera dolor de estómago y yo estoy segura de que su salud es una de las recompensas de parte de Dios por siempre dar con un corazón tan genuino.
Dios ve corazones, no importa qué hagamos, digamos o demos frente al mundo o en secreto. Él siempre ve nuestro corazón y de igual forma somos recompensados. Él no se queda con nada y estoy segura de que, si no cosechamos en vida, hay muchas cosechas guardadas para nuestras generaciones; así como nosotros, sin darnos cuenta, recibimos mucho de las buenas acciones de nuestros papás o abuelos.
“Mas bien, cuando des a los necesitados, que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará”, dice Mateo 6:3-4 (NVI).
Por: Ana Luisa Montúfar Quintero