Hace unas semanas me apliqué al cuidado del jardín de nuestra casa. Vi muchos videos en YouTube sobre el cuidado del césped, la mejor hora para regarlo, el ángulo correcto en que debe caerle el agua, el aprovechamiento de las sombras, las nubes y la polinización por abejas… ¡Vi de todo! Y armado con todo ese conocimiento salí al jardín, conecté la manguera y regué el césped con agua y oración (sí, le pedí a Dios que me diera el mejor césped de la Tierra).
Repetí esta acción cada sábado durante las siguientes cinco semanas y ¿sabes qué pasó? ¡Nada! Es decir, mi césped mejoraba, sí, pero no se veía tan verde y saludable como el de mi vecino de enfrente.
Así pasaron otras cuatro o cinco semanas: yo cuidando mi jardín, pero al mismo tiempo viendo el del vecino y sospechando que él sabía algo que yo no. Y mientras todo esto pasaba confieso que en mi interior crecían la frustración, el enojo, la envidia, la depresión y el deseo de que un hormiguero le arruinara el jardín a mi vecino.
Entonces un sábado no pude más y fui al jardín de enfrente, dispuesto a lo que fuera necesario. ¿Y sabes qué pasó? Pues pasó que cuando estuve parado en el jardín de mi vecino (él estaba de viaje, obvio) vi que su césped era como el mío. Entonces me volteé, vi mi jardín desde ese lugar y… ¡Wow, ahora el “mejor césped del mundo” estaba en mi casa!
Y comprendí que todo se trataba de una sola palabra: perspectiva. ¿Te ha pasado que, por ver el jardín de enfrente, no ves la vida que hay en el tuyo? Si dejamos de compararnos con los demás podremos por fin reconocer cada una de las bendiciones que Dios nos da constantemente a nosotros… y a ellos. ¡Y celebrar toda la bondad del Señor!
“Pero benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Son como árboles plantados junto a la ribera de un río. […] A esos árboles no les afecta el calor. […] Sus hojas están siempre verdes”, dice Jeremías 17:7-8 (NTV).
Por: Sergio Estrada