Existe una ola bastante grande de otakus en el mundo y a menos de que vivas en una burbuja o que tengas más de 40 años no sabrás qué es un otaku, o probablemente pienses que es algún demonio o una persona que no se baña. Ahora bien, si buscas la definición en Google te vas a dar cuenta de que el término se refiere simplemente a una persona aficionada al manga o animé, y ya esos dos términos no voy a explicarlos, si estás leyendo un blog de jóvenes seguramente debes saberlo y, si no, pues igual googléalo.
El tema es que siempre me han gustado las historias y como buen niño siempre fui aficionado a las caricaturas. Ya con el paso de los años me convertí en este wannabe hípster, cinéfilo, fotógrafo de Instagram (allá por el 2010 cuando Instagram era una red social de fotos) creativo emergente y crítico que tiene una opinión sobre todo. Debido a esto abandoné ese primer amor a las caricaturas y si ya llegaste a leer hasta acá ten paz, sí habrá una enseñanza, sí existirá algo edificante en este blog. No estás perdiendo tu tiempo leyendo mi historia, solo voy haciendo un build up creando el contexto.
El tema es que mis series favoritas se convirtieron en aquellas que tenían personajes profundos, con giros inesperados y sobre todo las que cuidaban mucho la estética o experimentaban con la dirección de foto y dirección de arte. Así fue como Breaking Bad, si yo sé que mainstream, se convirtió en una de mis series favoritas. Pero hace un par de años un grupo de amigos me insistió a que volviera a ver una “caricatura” que yo había visto hace muchos años pero que dejé a medias allá por el 2008. Fue hasta el encierro en pleno 2020 —en esos días que de pura ansiedad ante la incertidumbre no se podía dormir— que dije: “Bueno, ya qué, vamos a volver a verla desde el inicio y ahora sí a terminarla”.
Así fue como durante la cuarentena de 2020 vi todo Naruto (saltándome el relleno, obvio), una serie con personajes tan profundos, grandes giros inesperados, para nada predecible y con grandes detalles en animación e ilustración. Fue entonces que empecé a buscar otros animés y algunos mangas para leer. Tampoco vayan a creer que hago cosplays y que tengo mi gran librería de mangas o que solo eso me la paso haciendo, tranquilos, no es para tanto. Pero sí he encontrado grandes historias con enseñanzas tan profundas de las que he aprendido tanto y con las cuales siento que Dios me ha hablado. Sí, así como leíste: siento que Dios me ha hablado a través de los animés.
Por eso, si después de este blog me dejan escribir otros (si Diegol lo pelmite), podré contarles de algunos animés, series o historias y lo que me han enseñado.
Y es en este punto donde te podrías estar preguntando: “¿Y entonces la enseñanza de este blog es que debo ver más animé?”
La respuesta es no. Esa no es la enseñanza. Pero lo que sí quiero enseñarte es que puedes encontrar a Dios en todos lados, aprender de Él de diferentes maneras: a través de series, películas y también animés. Porque Dios se hace visible a través de nosotros, a través de lo que como humanos hacemos, creamos o producimos.
Romanos 1:20-22 (TLA) dice:
Por medio de lo que Dios ha creado, todos podemos conocerlo, y también podemos ver su poder. Así que esa gente no tiene excusa, pues saben de Dios, pero no lo respetan ni le dan las gracias. No piensan más que en hacer lo malo y en puras tonterías. Creen que lo saben todo, pero en realidad no saben nada.
En otras versiones dice que el Dios invisible se hace visible por medio de Su creación y el contexto es que Pablo está diciendo que las personas no quieren verlo. Así como hay personas que aunque Dios esté frente a ellas no quieren verlo, también hay personas como yo que lo ven en todos lados. No sé a cuál de estos grupos de personas pertenezcas tú, porque también hay quienes en lugar de ver a Dios en todos lados andan viendo al diablo en todo y seguramente esa persona ya juzgó este blog solo por el título. Pero bueno, de eso no trata esto.
Pero volviendo al animé, a lo largo de todo Naruto había algo que se repetía: una necedad a otros niveles de parte del personaje principal. El protagonista de la historia, Naruto Uzumaki, era demasiado terco y obstinado. Se rehusaba a creer que su amigo se había perdido en la oscuridad, que por ser invisible ante el pueblo no podía llegar a ser Hokage (en otro blog les cuento que es eso). Se rehusaba a creer que las personas eran malas y por eso los evangelizaba (sí, no es broma: Naruto es conocido como evangelista en algunos blogs de animé). Resulta que Naruto no vencía a los malos, les ayudaba a encontrar un diferente camino: el camino del amor.
En esta serie vemos que Naruto es marcado todo el tiempo por una enseñanza de la escuela Shinobi, la enseñanza de la voluntad de fuego. La voluntad de fuego afirma que todo verdadero ninja de Konoha (aldea de Naruto) debe amar, creer, proteger y luchar por el bien del pueblo y de lo que cree, siguiendo las hazañas de las generaciones anteriores.
Y lo que más llamó mi atención de esta voluntad de fuego fue la palabra creer, porque no es lo mismo amar a alguien que creer en alguien. Por eso Naruto creía en la restauración de las personas, una restauración que podía ser movida y provocada por el amor.
Talvez haya personas a tu alrededor a las que amas, pero ¿en cuántas de ellas crees? ¿Qué tanto confías en ellas? ¿Crees en su potencial?
Jesús no solo nos amó, sino que confió en nosotros. Tanta fue su confianza en nosotros que tuvo la tranquilidad suficiente de ascender al cielo y dejar a sus discípulos en la Tierra. Él cree tanto en nosotros que nos encomendó la obra entera de Su vida: la salvación del mundo. No solo nos restauró con amor, sino que también nos encomendó la tarea de hacer discípulos en la Tierra. Él nos ama profundamente y ese amor lo hace confiar plenamente en nosotros.
Así que si me permites, en los próximos blogs que pueda escribir te contaré otro par de historias y lo que Dios me ha hablado a través de ellas. Y talvez te convenza de ver uno que otro animé.
Por: Miguel Mendoza