Hace unos días me encontraba cenando en la mesa de mi casa y noté algo muy extraño: mi mamá no estaba de buen humor. Desde que ella entró a la casa se notaba que algo le estaba afectando. Lo pasé por alto algunas horas y luego decidí ir a hablarle. No le pregunté cómo estaba ni asumí cuál era la molestia que estaba experimentando, solo me acerqué y le dije: “Usted es una buena madre, espero que nunca lo olvide”. Inmediatamente se puso a llorar.
A veces lo único que necesitamos en la vida es que nos recuerden aquello que parece obvio (Mateo 3:17). Para mí siempre ha sido más que evidente que tengo a la mejor mamá del mundo, pero por algunas circunstancias que ella estaba atravesando empezó a dudar de eso.
Mi mamá se llama Silvia y es la persona más fuerte, íntegra, trabajadora, amorosa y dulce que conozco. Ella sola nos sacó adelante a mí y a mis dos hermanos. Solo Dios y ella saben cuántos sacrificios tuvo que hacer para que eso fuese posible. Conforme más escuchó las historias que nos cuenta de lo difícil que fue esa etapa, más la admiro. Mis hermanos dicen que me parezco a ella, pero creo que aún estoy muy lejos de ser tan virtuoso como mi mamá.
Mami me cuenta que antes de que tuviera que cuidarnos a mí y a mis hermanos, ella ya cuidaba a sus ocho hermanos (sí, así como leíste: ocho). Su vida entera siempre ha girado en dar la vida por alguien más y por eso la admiro: porque siempre está buscando cómo ayudar a los demás. Recuerdo que cuando fue la pandemia en 2020 ella llenó la mesa del comedor con víveres para repartirlos a las personas que lo necesitaran. Nadie se lo pidió ni lo publicó en ningún lado, solo lo hizo. Como si esa fuese su filosofía de vida: ayudar.
Yo conocí a Jesús hasta el año 2007, pero empecé a experimentar Su amor desde 1990 cuando nací y vi el rostro de mi mamá. Y hoy quiero aprovechar este espacio para darle gracias, porque fue el amor de ella el que me hizo la persona que soy hoy. Ni mil blogs me alcanzarían para manifestar lo agradecido que me siento de ser hijo de Silvia Haydee Estrada Martínez.
No sé cómo se encuentra la relación con tus padres, pero déjame darte algunos consejos que te pueden servir: si aún los tienes contigo, trata de disfrutarlos lo más que puedas. Atesora cada momento en lo profundo de tu corazón y si se adelantaron en el camino, honra su paso por la Tierra hasta que vuelvan a encontrase en la eternidad.
Por: Diego Herrera