Soy cristiana desde pequeña. Crecí en la iglesia, con los retiros y grupos de amistad a mi alrededor. Mis padres solían incluir a Dios en todo, por ejemplo, en nuestra educación y entretenimiento. Nos leían cuentos bíblicos y solo podíamos ver caricaturas cristianas. Creo que querían que lo conociéramos como ellos lo hacían. Aunque no lo niego, tuve momentos muy bonitos, pero mi forma de pensar abierta me llevó a actuar no siempre de la mejor manera y a convertirme en la “oveja negra” de la casa y de la misma iglesia. Al iniciar la adolescencia tenía ganas de buscar a Dios, pero me atraían otras cosas también.
Ser diferente me hacía sentirme rechazada por quienes estaban a mi alrededor; y sí: por el mismo Dios. Me daba vergüenza acercarme a Él porque creía que me criticaría, me juzgaría y me rechazaría por mis pecados y errores, así como lo hacían los demás.
Finalmente fue a través de mi esposo, a quien conocí dentro de la iglesia y quien siempre me aceptó tal como soy, que abrí los ojos para ver al Dios que me acepta así como soy. Y logré conocer Su amor.
Si alguna vez te has sentido así, te comparto lo que una vez aprendí: acércate a Dios tal y como eres, así con tus errores, desmadres y pecados. Poco a poco conocerás al Dios de amor que ama a los pecadores y los toma para limpiarlos y transformarlos.