Soy la hija más pequeña de mis papás. Tengo dos hermanas grandes que me llevan más de diez años y recuerdo que incluso a una de ellas le decía “mamá” (a la mayor) porque era mucha la diferencia de edad que tenían conmigo.
Conforme fui creciendo noté otras diferencias entre mis hermanas y yo, aparte de la edad. Mis papás siempre las trataron de “tú” y a mí me trataban de “usted”. La gente comentaba que mis hermanas eran igual a mi papá, pero que yo no me parecía a ninguno de los dos.
Un día viendo fotografías viejas me di cuenta de que había muchas fotos de bebés que no conocía y cuando pregunté por ellos me dijeron que eran bebés que mi mamá había cuidado y que se habían dado en adopción. Poco a poco mi mente conectó todos los datos y ya se imaginan cuál fue mi resolución: ¡Soy adoptada! En mi mente esa era la única explicación y las fotos eran la prueba fehaciente.
Ahora de grande no necesito ningún tipo de prueba para darme cuenta de que sí soy igual a mi mamá y que tengo el carácter muy parecido al de mi papá. Me tomó un tiempo darme cuenta de eso, pero mientras lo dudaba y sacaba conclusiones, jamás me faltó amor ni protección de parte de ellos.
Lo que quiero decir con esto es que podemos analizar nuestro interior, nuestras acciones y darnos cuenta de que somos tan imperfectos, tan llenos de errores y pecados, que se nos hace difícil imaginar la posibilidad de ser hijos de Dios. Pero increíblemente Él nos vio tal como somos y, a pesar de eso, decidió adoptarnos.
Dios hizo un intercambio poco justo desde nuestra perspectiva humana: Jesús por nosotros. Pero una vez hecho, no existe nada que pueda apagar el amor que Él nos tiene. Podemos parecer muy diferentes a Jesús, pero para Dios tenemos la misma posición de hijos (Efesios 1:4-5).
No importa qué tan malos sean nuestros errores. No importa contra qué estemos luchando en este momento. Cuando tomamos un momento para analizar lo que implica ser hijo de Dios nos damos cuenta de que Su amor no está condicionado a nuestras faltas. Dios nos adoptó conociendo hasta los detalles más vergonzosos de nuestra vida y, aun así, decidió amarnos para siempre.
¡Somos adoptados! Y esa es la mejor noticia que alguna vez vamos a escuchar en toda nuestra vida.
Por: Aída Reyes