Hoy te quiero invitar a que formemos el “Club de los perfectos”. Podemos diseñar el logo, escribir el lema, acordar un reglamento de miembros y quizá, incluso, definir el horario de las reuniones mensuales ultrasecretas a las que solo se podrá entrar con una clave aún más ultrasecreta. Y pienso que hacer todo esto no sería tan difícil como acordar los requisitos de admisión al club.
Es decir, ¿cómo declararíamos que alguien es “perfecto”? ¿Por la ortografía? ¿Por el peinado o el perfume? ¿Por la combinación del color de sus ojos con el color de su mochila? Quizá podríamos hacer el intento de que el estándar de perfección tenga relación con el tiempo que lleva sin pecar ni equivocarse, o por el área de la ciudad en que vive o porque es cuarta o quinta generación de cristianos en su familia.
Ser perfecto, según nosotros, ni siquiera es posible de definir (menos aun de alcanzar), pero Dios sí puede definirlo y, de hecho, lo hizo en Salmos 119:1, en donde dice que son bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová.
La perfección, según Dios, no está en nosotros, sino en el camino en el que andamos. Se trata de que andemos en la ley del Señor. Así que te invito a ser parte de este club de gente imperfecta, pero que anda en el camino perfecto que Dios escribió y que llamamos “Biblia”. Léela, medítala y disfrútala.
Por: Sergio Estrada