Hace unos años mi hermana me llamó porque iba a llegar a almorzar a mi casa con mis sobrinos. Recuerdo que es de los almuerzos improvisados que más alegría le causó a mi semana. Solo quería jugar con Ximenita y Davidcito (mis sobrinos) y pasarla contento con sus ocurrencias y travesuras. Cuando fue la hora de almuerzo la reunión de trabajo en la que estaba no había terminado, yo de forma muy educada les hice ver a las personas con las que me encontraba el profundo deseo que tenía de ir a almorzar con mi familia, pero no lo tomaron muy bien (de todas formas me fui). Recuerdo que al llegar a la casa pude cargar a mis dos sobrinos, uno en cada brazo, y quise congelar el tiempo en ese momento.
Ha pasado el tiempo desde ese día y ya no puedo cargar a mis sobrinos con tanta facilidad, ya crecieron bastante. Me di cuenta de algo: ningún momento se puede congelar, por más que uno se esfuerce.
Pedro tuvo uno de esos momentos en los que él hubiese querido permanecer mucho más tiempo del que duró. Fue el día de la transfiguración de Jesús y la aparición de Moisés y Elías. Durante ese suceso sin precedentes Pedro le preguntó a Jesús si quería que le construyera tres albergues, para Él y sus acompañantes (Mateo 17:1-9, NVI). Prácticamente da a entender que quería quedarse a acampar en ese lugar. ¿Quién no hubiese querido lo mismo?
Jesús no respondió a la pregunta de Pedro y el gran suceso de la transfiguración terminó. Bajaron de la montaña y solo quedó en el recuerdo de los pocos que pudieron presenciarlo. La transfiguración no se alargó más de lo que debía durar.
Cuántas veces no hemos sido como Pedro, queriendo prolongar algo que solo debía durar unos momentos. Lo hacemos constantemente en varias etapas de la vida: en las relaciones sentimentales, en algunos trabajos e incluso con amistades; siempre tendemos a buscar ese tiempo extra cuando algo ya tuvo que haber terminado.
Tenemos que aprender a vivir los momentos como lo que son: etapas únicas en el tiempo. Hay sucesos que no se van a repetir. En vez de estar pensando en cómo alargarlos, lo único que deberíamos de hacer es disfrutarlos.
Hoy hay un almuerzo familiar que tal vez no vuelva a repetirse, quizás con nuestros papás, abuelos o alguno de nuestros hermanos. Permanece presente y disfrútalo. No gastes tus energías prologando lo momentáneo, mejor enfócate en estar presente y disfrutar cada detalle del día de hoy.
Por: Diego Herrera