Desde que era muy pequeño he tenido fascinación por la cinematografía. Me encanta observar cómo un director establece su estilo, los encuadres que realiza el director de fotografía, la banda sonora que acompaña cada escena… pero, sobre todo, disfruto cuando un actor se sumerge tanto en un papel que como espectador dejas de ver al actor y solo puedes observar su personaje.
Mis actores favoritos siempre han sido los “actores de método”, quienes, para lograr una actuación bastante sincera y genuina, están dispuestos a someterse a situaciones radicales para sentir, pensar y vivir en carne propia lo mismo que su personaje. Un ejemplo de esto es Shia Labeouf, quien no se bañó durante los cuatro meses que duró un rodaje porque interpretaba a un soldado en la Segunda Guerra Mundial que siempre estaba encerrado dentro de un tanque; o Jared Leto, que para entender mejor a su personaje del Joker decidió internarse durante semanas en un manicomio donde están encerradas las personas con enfermedades mentales que han cometido crímenes, tan solo para convivir con ellos y estudiarlos.
El problema es que, aunque muchos actores han logrado ganar reconocimiento de esta forma, también a muchos les ha costado diferenciar entre su personaje y ellos mismos, lo cual es algo que pasa constantemente en la vida real, sin necesidad de ser un actor.
Muchas personas eligen disfrazar sus miedos, inseguridades o heridas a través de un personaje que puede ser el de una persona que nunca tiene problemas o hasta el de un “líder perfecto”.
Durante muchos años viví detrás de un personaje porque me daba vergüenza que la gente viera mis imperfecciones y mis cicatrices, hasta que leí la historia de Naamán (2 de Reyes 5) y entendí que Dios tiene el poder de sanar y hacer nuevo todo lo que yo tanto buscaba cubrir. Para lograr esto es necesario aprender a botar el orgullo y ser vulnerable, así como lo hizo Naamán, para poder quitarte de encima el peso que tu personaje lleva contigo y así vivir de una forma digna.
Yo soy imperfecto, cometo errores todos los días. Tengo pecados con los que batallo, no me arriesgo en muchas cosas por miedo, aún no he sanado muchas heridas, pienso cosas equivocadas, digo cosas que no debería y podría continuar durante días diciendo lo que mi personaje me ayudaba a tapar, pero decidí entregarle todo eso a Dios y dejar que Él me ayude a ser mejor. Espero que tú también puedas hacerlo.
Por: Luis Túchez