Hace muchos años, cuando aún estaba en el colegio, a la hora de la refacción tenía la costumbre de comer una galleta y una leche en cajita. Como cualquier niño a esa edad, no revisé la fecha de caducidad y empiné el bote para tomármela de un solo golpe, pero la leche estaba agria y al parecer llevaba varios días de haber vencido. Durante las siguientes horas me quedó un mal sabor de boca.
Lo peor no fue haber bebido leche vencida, sino lo que pasaría después ya que a partir de entonces, cada vez que iba a tomar leche, lo pensaba dos o tres veces porque regresaba a mi memoria el mal sabor que me había provocado aquella experiencia.
A veces nos pasa muy similar en la vida: tomamos un pequeño sorbo de fracaso o decepción y nos queda el miedo de volver a experimentar ese sabor a amargo.
En la Biblia hay una historia en donde los discípulos de Jesús experimentaron ese mal sabor que tiene el fracaso. Lo encontramos en Mateo 17:16: “Se lo traje a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo”. Los discípulos habían estado preparándose durante varios años para predicar, sanar y liberar personas, pero a la hora de poner en práctica todo lo que habían estado aprendiendo, simplemente no lo lograron. Seguramente cuando les volvieron a pedir que oraran por alguien recordaron aquel primer intento haciendo que el mal sabor volviera a su memoria.
Son muchas las circunstancias donde podremos experimentar el fracaso: desde lo emocional hasta lo laboral, pero a pesar del miedo por haber fallado una vez, del mal recuerdo o del mal sabor, vuelve a intentarlo y posiblemente te pase como a los discípulos de Jesús, que tiempo después no solo pudieron sanar a varias personas, sino que hasta lo hacían incluso con su sombra.
Talvez las cosas no han salido bien y estás viviendo una mala temporada, pero incluso en medio de la tempestad Dios te puede dar tu mayor victoria si tan solo decides no rendirte.
Te invito a intentarlo una vez más ya que eso es lo único que separa al mal sabor del fracaso del buen sabor del éxito.
Por: Diego Herrera