Hace unos meses, estuve en el mismo lugar donde, hace muchos años, Jesús y Pedro caminaron sobre el agua, donde una barca tambaleó por el peso de una pesca milagrosa y donde otra se salvó de hundirse durante una tormenta (en ambas situaciones intervino una Palabra de Jesús). Estuve en el Mar de Galilea, lago que fue testigo de los milagros más impresionantes en el ministerio de Jesús.
Allí viví un momento especial mientras sonaba la canción Dios de milagros: volteé a ver a mis papás y estaban quebrantados sintiendo la presencia del Espíritu Santo, el rostro de mi esposa mostraba gratitud y no pudo controlar las lágrimas, y frente a mí había una pareja totalmente postrada bajo el peso de la unción; y yo… pues… yo no estaba sintiendo nada.
¿Alguna vez te has visto en una situación así? De repente estás en un lugar donde ves que Dios se está moviendo y no sientes nada, una situación donde se manifiestan muchas pruebas a tu alrededor, pero falta lo más importante: la experiencia propia. ¿Cómo afirmar que algo está pasando si no está sucediendo dentro de nosotros? Honestamente, me sentí frustrado.
No quiero sonar pesimista, pero suele haber otros momentos en los que ni siquiera llegas a ver esas manifestaciones a tu alrededor, mucho menos llegar a “sentir” algo, y te encuentras a punto de compartir una Palabra, orar por un enfermo o ministrar la unción, pero ¡cómo hacerlo si no sientes a Dios! Me daba algo en el estómago saber que hay personas que tienen la misma frustración mientras creen por la restauración de su matrimonio, por las buenas noticias de parte de los médicos o por oportunidades para continuar con sus estudios; hasta que comprendí de diferente manera esta palabra: fe. Hebreos 11:6 dice: “De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad”.
En una oración, durante la celebración de Noches de Gloria, mi papá dijo: “Dios, aunque no te siento ahorita, sé que estás conmigo”. Yo no sentía la presencia del Señor esa noche en el Mar de Galilea, pero Él estaba allí. Creer que está contigo es superior a sentir que está contigo. La fe que le agrada a Dios es aquella por la que crees que Él existe, no la que te provoca la necesidad de sentirlo para creerlo. La fe te puede llevar a hacer proezas, pero la mayor de ellas es sumamente básica: relacionarte con Dios, una convicción que te permite acercarte a Él. Mi deseo es que tu fe te acompañe donde los sentimientos y la razón te abandonan.
Por: Juan Diego Luna