Entra en tus recuerdos, interioriza en tu infancia, observa tus hábitos, analiza tus acciones, ¡cuántas emociones en unos breves segundos ! ¿Pasó por tu mente algún recuerdo trágico? ¿Algún sentimiento de dolor? ¿El recuerdo de algún mal amor? ¿O quizás la sensación de estar solo, completamente solo, rodeado de voces, figuras y formas que se relacionan contigo pero aun así, no puedes llamar a nadie amigo?
En ocasiones nos sentimos desolados, sin sentido en el mundo y la duda entra en conflicto con nuestra fe. Cuando nos pasa eso, cuestionamos la existencia de Dios, pues Él no permitiría que nos sintiéramos desgarrados, ¿o si? Cuando estos sentimiento nos abruman, seguramente no recordamos las palabras que Jesús dijo antes de morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46).
Sorprendente, ¿no? Jesús se hizo hombre, vivió la vida como humano y antes de morir se sintió solo, sin un respaldo, sin Su padre. A Jesús le pasó lo que muchas veces nos sucede a nosotros: en los momentos más difíciles sentimos que hasta Dios nos abandona.
Sin embargo, si lo permitimos Dios puede sacar lo mejor de nosotros en esos trágicos momentos. Jesús se permitió morir y revivir por amor, gracias a ello una nueva semilla apareció en la humanidad, la semilla de la esperanza, amor y vida eterna. Si decidimos morir a nuestra voluntad y permitimos la Suya se cumpla, la vida, nuestra vida, puede dar un giro inesperado y la soledad se irá.
Creo firmemente que en esos momentos difíciles Dios quiere crecer en nosotros una nueva semilla que solo Él podrá regar, cuando le permitimos obrar en nuestra vida, como sucedió con Jesús.
Dios quiere que nuestras lágrimas sean platicas con Él, para que dejemos de regar la almohada que nunca florecerá y comencemos a regar nuestro espíritu que brotará y brillará.
Muramos a nosotros y así el dolor se volverá un renacimiento destelloso junto a Él.