Comparar aspectos de nuestras vidas con otras personas es una de esas situaciones diarias más comunes y destructivas que a todos nos ha pasado.
Podríamos cometer el error de comparar todo: nuestro servicio, el carro, zapatos, dinero, relaciones, popularidad y así sucesivamente, hasta llegar al punto donde cuestionemos cada meta que quisiéramos lograr con los talentos de los demás. Ahorrémonos esa pelea contra nuestra autoestima ya que solo ganaremos sentimientos negativos.
¿Con quién si nos podemos comparar?
Jesús nos dio el ejemplo perfecto y nos mandó a ser como Él. Si hiciéramos una lista de características de Jesús a imitar empezaríamos con fe, esperanza, amor, humildad y pureza. El esforzarnos en tener esas cualidades nos llevará a ser esa mujer u hombre que Dios desea que seamos.
Yo tengo mi rol, mis dones, mi misión y mi espacio.
Atrevámonos a compararnos con nosotros mismos. Este hábito nos ayudará a formar gratitud, aprecio y bondad hacia nosotros. Cuando tenemos la capacidad de observar lo lejos que hemos llegado, los obstáculos que hemos superado y las cosas buenas que hemos hecho, nuestra forma de ver la vida y futuro serán totalmente distintos.
“Tenemos, pues, diferentes dones, según la gracia que nos es dada…”
Romanos 12:6
Por: Alu Barrios