“De hecho, las parte del cuerpo que parecieran mas débiles y menos importantes, en realidad, son las mas necesarias.” – 1 Corintios 12.22
Nuestros momentos de mayor vulnerabilidad son, en realidad, nuestros momentos de mayor crecimiento. Soltar los pretextos y las limitaciones nos abre caminos, nos quita peso de encima, expande nuestros horizontes, y nos hace libres. Ser vulnerables significa ser libres.
En la vulnerabilidad, Dios se hizo uno con la humanidad. Y esa es su invitación para nosotros.
Jesus, como bebé, nació desnudo. ¿Como adulto? Desnudo se fue. Es inusual, pero curioso.
Al nacer, venimos al mundo expuestos; sin ropa, sin maquillaje, sin filtros. Nacemos vulnerables. Venimos a este mundo sin el catalogo de percepciones, y condicionantes, que empezamos a generar mientras crecemos, y que probablemente nos llevamos cuando morimos. Nos vamos de este mundo un tanto menos vulnerables, pero eso puede cambiar.
Para mi; la silueta de Jesus, sobre una cruz, con brazos extendidos, en plena desnudez, habla sobre dejar a un lado este rasgo humano, limitante, que no nos deja ver mas allá de nuestras propias percepciones, y que por lo tanto no nos deja compartir enteramente con los demás: El orgullo. Su muerte nos llama a dejar a un lado ese peso, con el fin de ser libres, y en esa libertad: vivir plenamente.
Vivir plenamente representa vivir cada temporada, buena o mala, genuinamente.
Vivir plenamente es vivir las victorias y las derrotas de alguien mas, como si fueran nuestras.
La vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad. Es una de la máximas expresiones de fuerza que podemos conocer. Y es la puerta que necesitamos cruzar para mejorar la calidad de relaciones que estamos cultivando.
Jesus nació vulnerable, y murió vulnerable. Jesus, de principio a fin, vivió plenamente la experiencia humana. Jesus se desnudo.
Escrito por: Roberto Samayoa
Foto: Paul Velasquez