Somos seres que estamos en una búsqueda que dura la misma cantidad de tiempo que vivimos en esta realidad. Está en nosotros. El conjunto de todos nuestros anhelos, sueños y aspiraciones son prioridad. Y no nos culpo, buscamos lo mejor para nosotros la mayoría de veces. Excepto cuando decidimos comer tacos y tortas de la calle con mucho queso a la 1 de la madrugada. Tal vez no la decisión mas inteligente. Duele.
Nuestros planes garantizan plenitud, respuestas, y alegrías. Todo en plural y en grandes cantidades. Son llamativos. Necesitamos, queremos, anhelamos y, por supuesto, saciamos. Lo curioso es que no siempre obtenemos todo esto que es necesitado, querido, o anhelado; pero aún cuando si lo obtenemos, la búsqueda no termina, no nos saciamos. ‘Mas’ es la respuesta, y ‘menos’ es impensable. Algo nos hace falta.
El hijo de Dios es sinónimo de reconciliación y Su mensaje es uno que pretende llenarnos, unificarnos y completarnos. Pero esta reconciliación ocurre en nuestra perspectiva, a través de cambios constantes. Son en estos cambios donde encontramos plenitud, pero dolor también.
Se trata sobre Su vida en la nuestra.
Nuestra vida tiene valor, eso es innegable. Pero no es hasta cuando la soltamos y dejamos caer en Él que entendemos el valor que tiene Su vida. El problema está en que consideramos a Jesus como ese facilitador que nos permite volver a intentar vivir nuestra propia vida. Y dejamos a un lado Su invitación, olvidamos que Él nos invita a vivir ahora Su vida, para mejor.
Los cambios no son fáciles, pero son necesarios. Dejamos de gatear para empezar a caminar. Dejamos de balbucear para empezar a hablar. Hacer eso no fue fácil, pero irónicamente ahora nos facilita la vida. Intenta llegar gateando con alguien y balbucéale que necesitas ir al baño. Será gracioso pero no hará sentido.
¿Cuántas veces al día seremos así de graciosos con Dios? Jeje.
La gracia de Dios consiste en Su insistente deseo por reconciliarnos con Él, y los unos con los otros. Pero para lograr eso debemos permitir Su perspectiva, Su vida, Su mirada de amor hacia los demás, aún en adversidad. Como Él lo ha hecho con nosotros, en todo momento. Nuestras miradas pueden cambiar, pero Su amor siempre permanecerá.
Escrito por: Roberto Samayoa