Somos cuerpos siendo un cuerpo. Es raro, pero es un hermoso raro. Somos un cuerpo que se clasifica a si mismo como varios; diferenciados por formas, colores y nombres que al final –de una u otra manera- convergen, colisionan y -si lo desean- hasta transforman para hacerse uno.
Por naturaleza, quisiéramos permanecer separados o alejados de lo “incomprensible”, tal vez para evitar ser confrontados por realidades que, por ser distintas a la nuestra, incomodan. Negamos esta idea de unirnos con los que diferimos porque realmente es mas fácil. Pero, como iglesia, somos atraídos a la unión provocada por la representada gloria de Dios, comprimida en un humano que ha expuesto cercanía y comprensión. Uno que ha llamado a la permanencia de un mismo vivir: por los demás.
Los mayores cambios en la historia de la humanidad se han hecho realidad gracias a la unidad y al concepto de la pertenencia. Debemos comprender que cuando nos reunimos bajo el nombre de Jesús estamos expresando pertenencia, porque estamos unidos en lugar, pero también todo lo que este nombre representa:
Jesús es buenas nuevas.
Jesús es nueva creación.
Jesús es reconciliación.
Jesús es nuevo pacto.
Si, como seguidores de Él, nos haremos relevantes; lo lograremos promoviendo la pertenencia a este cuerpo de cuerpos, que representa justicia y amor.
Jesús es para ti; pero también para tus amigos, y familiares. Para tus conocidos, y desconocidos. Es para el que se parece a ti, y el que no es como tu. Jesús es para todos y todos necesitamos un lugar en donde pertenecer.
Escrito por: Roberto Samayoa