No puedo negar que cada vez que existe un nuevo sueño o una nueva meta en mi corazón mi mente crea, como de forma automática, un mapa que traza el camino hacia el mismo.
Y una vez hay un camino trazado es natural pensar que subiré a un vehículo y manejaré de forma muy fácil, guiada por mi mapa y a la velocidad que quiero hasta llegar a mi meta, entendiendo claro, que en el camino podrán haber obstáculos.
No existiría ningún problema con esa práctica, si no fuera porque a veces las cosas no suceden como las imaginé y la ruta trazada a la meta queda sin poder ser aplicada.
Creo estar aprendiendo que a veces, aunque el barco con el cual pensé llegar se queme o el mapa parezca estar equivocado, eso no quiere decir que no llegaré al destino, pues solo entiendo que el camino no es mío y que no soy yo quien va conduciendo. No negaré que existe un tenue dolor al ver que un barco se quema, tal vez es el orgullo que abandona mi cuerpo, susurrando que las cosas no siempre serán a mi manera.
Innegablemente estos dolores moldean mi corazón y lo hacen apto para tomar esos destinos, como si fueran propulsores de pasos hacia la meta. Son como maestros del corazón que no me dejarán continuar hasta que la lección sea aprendida. Además, me hacen entender que seguramente existe un mejor camino, pensado por alguien más grande y con una mejor vista del panorama que yo.
Entonces creo que debo aceptar que habrán muchas veces que para llegar al destino que Dios tiene para mi vida tendré que romper mi mapa, quemar mis barcos, quitar mis atajos, dar un paso a la vez, tomar un camino desconocido y sobre todas las cosas confiar en que Él tiene un mejor camino que yo y muchas veces un mejor destino.
Tal vez romper el mapa amplíe mi mente y me muestre que el camino al destino era el que jamás pensé, ese que nunca vi. Tal vez aquello que no consideré resultó ser la mejor opción y sólo estaba escondida esperando el momento apto para salir y ser tomada, mostrando que aquella pérdida, aquel cruce que pensé que no debí tomar o aquel mapa imaginario que no pasó fue lo mejor que pudo haber pasado.
Así que si las cosas no salieron como esperabas, si piensas que tus esfuerzos no dieron fruto, si sembraste y pareces no haber recibido lo que esperabas, confía en Aquel que puede hacer mejores caminos. Sube al asiento del copiloto y mientras viajas, disfruta el camino.
Por: Mónica Tello