Lo que siempre pensé fue: “yo no soy igual a los asesinos, no soy igual a los ladrones, no sigo esos caminos”, haciendo referencia en mi mente a cualquier persona que pecaba muy fuerte. Pero de igual forma “no me sentía como algún pastor”. Es confuso lo sé. Igual, ¿por qué a veces nos sentimos tan diferentes?, o ¿por qué se siente que esas personas son diferentes a uno?
Y si en realidad lo pensamos, somos humanos, tú y yo. Podríamos decir que somos tan iguales y sería un punto válido. Estamos hechos de lo mismo: sangre, músculo, hueso, agua, proteínas, etc., e igual seguimos cometiendo errores y pecando. Pero no me podía responder la pregunta. Y fue allí cuando Dios me habló.
Dios me puso al desnudo. Como las hojas verdes, que se dejan palpar. Como si hubiera tocado la seda de mi alma y la hubiera puesto en su palma. Me sacó de mi recámara (de mi cuerpo), para quitarme la máscara. No entendí que pasó conmigo, pero me sentía más vivo. Y fue cuando conocí de Jesús y sus discípulos. Y pensé que en realidad todos sus discípulos eran humanos, “pecadores” (algunos más que otros), sin fe, viviendo el día al día. Pero aun así Él los había escogido. Y me di cuenta que era igual que ellos, en muchos más sentidos de lo que pensaba.
Yo sigo siendo una persona normal, aún un pecador, pero con algo diferente: amor real. Había muerto a mi viejo yo (Efesios 4:21-24). Aprendí esto: Dios me escogió, basado en Su misericordia, no en lo que soy, o si peco. En realidad nunca me lo ganaré o lo mereceré. Simplemente no podría trabajar lo suficiente duro para ello. No podría ser lo suficientemente perfecto, soy un humano. Al final si Dios me eligió es sólo por Su gracia y misericordia.
Lo lindo de todo es que Dios siempre tiene este rotulo para nosotros: “Te quiero en mi familia.”
Escrito por: RZ