Hace un tiempo, Che —mi esposo— y yo pasamos una situación incómoda. Pensamos que alguien era nuestro amigo, pero hizo cosas que nos demostraron lo contrario. Para ser sincera, me enojé mucho. Che todo el tiempo me decía que lo perdonara y lo dejara ir, y yo pensé que ya lo había hecho… pero no. Cuando veía a esa persona, me enojaba. La saludaba con muy mala actitud, no digamos cuando alguien más me hablaba de ella: mi estómago se revolvía del enojo.
El problema es que no era capaz de ver lo que me estaba pasando: mi corazón se estaba llenando de amargura contra esa persona. ¡No saben cuánto me confrontó, porque cómo iba a tener un rencor en mi corazón! ¿Yo? ¡Pero si cuántas veces no he motivado y exhortado a otros a perdonar! Pero sí: esta vez me toco a mí.
Me presenté ante Dios con una oración genuina: “Hoy decido perdonar a esa persona. Ayúdame a sanar mi corazón y sacar todo enojo, rencor y amargura contra él y contra cualquiera”. Rendí mi corazón delante de Dios una vez más y permití que Él me transformara. Me di cuenta de toda la amargura que había entrado en mi corazón, no solo contra esa persona, sino además contra muchas otras; y tuve que hacer muchas veces esa misma oración, una vez por cada persona: ¡Nunca pensé que mi corazón llegaría a estar así!
Entonces entendí lo que dice en Mateo 18:21-22: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. No te digo cuántas veces he predicado esta enseñanza: en un encuentro, en varias actividades… pero igual: lo tuve que poner en práctica yo misma, siendo líder, estando casada siendo adulta. Fue necesario que experimentara mi propia liberación, algo personal entre Dios y yo. Volví a poner en práctica lo que Jesús nos enseñó y nos instruyó: que no se perdona una vez, sino muchas veces y sin importar la cantidad de veces que nos hayan herido.
Perdonar no solo se hace en un encuentro, en un retiro o en una actividad especial. El perdón debería ser una acción diaria, un estilo de vida que mantengamos siempre y sin importar cuán grandes seamos o cuántos años llevemos siendo cristianos o sirviéndole a Dios. Todos cometeremos errores y siempre habrá alguien que cometa ofensas en nuestra contra. El perdón es parte del amor familiar, de la amistad y del matrimonio. Cuando aprendemos a perdonar es cuando verdaderamente nos damos cuenta de que somos capaces de amar.
Quizá sea tiempo de ver tu corazón e ir delante de Dios. Si tienes una pequeña amargura o una muy grande, hoy es el día perfecto para perdonar a quien te haya ofendido.