Hace unos días fui al centro comercial con mi esposa y mis suegros. Nos encontrábamos en una tienda donde venden toda clase de cosas: libros, juegos, discos de vinilo, artículos decorativos… en fin, de todo. Recuerdo que yo estaba dando vueltas en donde estaban los libros y había un niño que le dijo a sus papás: “¡Este es, cómprenmelo!”, A lo que el papá respondió rápidamente: “¡No, ese está roto!” El niño no se quedó callado y le dijo a su papá: “No hay problema, lo podemos reparar”.
Lo que más me sorprendió de esta conversación fue la conclusión del niño: lo podemos reparar. Pareciera que en estos tiempos ya nadie se quiere tomar la molestia de arreglar las cosas. Creo que estamos viviendo una época en donde creemos que todo es desechable: las personas, los trabajos, los matrimonios, las amistades…
Es tan fácil decir: “Eso ya no sirve, tirémoslo”, pero no nos damos cuenta de que existe una belleza extraordinaria en la restauración y nos la perdemos por querer remplazar todo. Si un amigo me falla, lo remplazo por otro. Si en mi trabajo no me gusta algo, pues busco uno nuevo. Si en la iglesia no cumplen mis expectativas, me voy a una nueva. Si en mi matrimonio las cosas no marchan bien, pido el divorcio. ¿Qué sería de nosotros si Dios tuviera la misma actitud?
Hay una historia en la Biblia que ejemplifica a la perfección este fenómeno. Es la historia de la mujer que fue sorprendida en adulterio. La sociedad quería apedrearla porque había fallado a las leyes que estaban establecidas, pero Jesús aparece en escena para defenderla. Creyendo plenamente en ella, le dice: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (la historia completa se lee en Juan 8:3-11). Jesús le da una nueva oportunidad de vida a una mujer que la sociedad ya había desechado.
En la vida nos va a tocar estar en los dos lados de la moneda: en los zapatos de la mujer adúltera cuando cometemos un error, y en los de los fariseos con la piedra en la mano, cuando juzgamos el error de alguien más. Pero ¿por qué mejor no tomamos la actitud de Jesús, que con mucha empatía y amor se acercó a defender y creer en una persona que estaba totalmente rota?
Uno de los pilares del Evangelio es este: Jesús creyendo en gente rota y restaurándola (Romanos 3:23-25). Todos tuvimos que ser desechados por causa del pecado, pero no fue así: recibimos el regalo de la vida eterna a través del sacrificio de Jesús en la cruz. ¡Sí, estábamos rotos, pero fuimos restaurados por el infinito amor de Dios!
La próxima vez que alguien cometa un error, no lo deseches. No digas: “¡Está roto cambiémoslo!” Mejor deja que el poder restaurador de Jesús obre en su vida. Y si en algún momento la persona rota eres tú, no te desanimes porque tienes un Padre experto en restaurar todo aquello que esté hecho pedazos.
Por: Diego Herrera