Yuju, queridos líderes:
Es 4 de febrero y regresé de Chihuahua, México. Corrí para poder estar en las últimas enseñanzas de nuestro primer retiro de provisión del año. Estoy pidiéndole a Dios que sea un fin de semana donde Él hable, consuele y rete a Su iglesia. Regreso con tres conversaciones recientes que están teniendo un efecto inquietante dentro de mí, ansío compartirlas y por eso aprovecharé el vuelo para escribirlas.
La primera conversación la tuve con mi papá hace algunos días. Me contó que, durante las primeras semanas del año, estaban con el pastor Otoniel Font analizando la Palabra de Jesús: “En esto serán conocidos como mis discípulos” (Juan 13:35).
Puedo imaginar que la conversación fue algo así:
—Cash, ¿cómo reconoces a un musulmán?, preguntó Otoniel.
—Pues, sencillo porque ora cinco veces al día, en dirección a la Meca, contestó mi papá.
—Y ¿cómo reconoces a un judío?
—Porque usan kipá.
—Y si ves a alguien con cuello clerical ¿qué se te viene a la mente?, preguntó nuevamente el pastor Font.
—Pues, lo más probable es que sea un sacerdote u obispo católico.
Para este momento puedo estar seguro de que mi papá sospechaba la siguiente pregunta.
—Cash, ¿y cómo reconoces a un cristiano?
Solo puedo imaginar que encogió los hombros, apretó los labios, levantó las cejas e hizo un gesto de impotencia al saber que no tenía respuesta.
¿Qué requisitos escritos dejaron los apóstoles para poder ser considerado un discípulo de Cristo? A muchos se nos recordamos acciones como “amarse los unos a los otros”, o las que son un poco más extremos y difíciles como “aborrecer a padre y madre” y “poner la mano en el arado y no ver atrás”.
He vuelto a leer la mayoría de los mandatos que nos dejó nuestro Maestro, y la conclusión que resuena más en mi espíritu es que sigue siendo difícil ser Su discípulo. El camino continúa siendo estrecho, los sacrificios no cesan y recoger la cosecha sigue siendo laborioso.
Mi deseo es que Casa de Dios siga siendo reconocida por su fe, trabajo y amor, en donde hay fe de unos a los otros, trabajo de unos a los otros y amor de unos a los otros. Iglesia hermosa, mi exhortación es que sigamos trabajando, y poniendo los ojos en Aquel que nos llamó a ser ministros del nuevo pacto y predicadores del mensaje de reconciliación.
El esfuerzo y sacrificio anteriormente mencionado me dan pie a la segunda conversación. Esta sucedió con el pastor Chris Méndez, de Buenos Aires, Argentina. Estábamos en la mesa —acompañados de tacos, quesadillas y salsas que te queman el esófago— cuando un pastor joven, que emprendió hace cinco años su congregación, le hizo una pregunta al pastor:
—Chris, después de muchos años, ¿qué le da credibilidad a un ministerio?
—Pues, cada día más se lo atribuyo a la gracia y misericordia de Dios, pero si algo me pudiera dar un poco de credibilidad es mi familia, mi esposa y mis hijos.
Su respuesta captó profundamente mi atención porque está muy alineada a lo que mi papá me ha enseñado. En varias ocasiones me ha dicho: “Hijo, admira a aquellos ministros que tienen recorrido, pero préstale especial atención a aquellas personas que tienen recorrido y, además, su familia ha estado a su lado”.
No quiero extenderme con este tema como lo hizo Chris, pero de forma muy pastoral señaló que ahora el problema que tienen muchos líderes jóvenes es que la familia se ha vuelto la excusa perfecta para no servir. Iglesia, que ese no sea nuestro caso. Pablo dijo que era mejor quedarse soltero para servir al Señor, pero si algunos de ustedes decidieron tener una familia recuerden las palabras de Josué 24:15 (NBLA): “Yo y mi casa, serviremos al Señor”. En la casa es donde nuestros hijos aprenderán a priorizar a Dios. Es cansado y tedioso, pero nada se compara con ver a la familia crecer en Sus caminos.
Por último, la tercera conversación la tuve con los pastores Enrique y Tita Bremer de Parral, de Chihuahua, México. Tuve la bendición de compartir un café con ellos. Si mucho fue una hora de convivencia, pero fue suficiente para inquietarme con el tema de educación.
Algunos de ustedes saben que este año José Juan, mi hijo mayor, empezó a ir al colegio. La elección de la institución se resumió en buscar dos pilares: primero, los principios y valores; segundo, las matemáticas. Encontrar sitios que tengan una buena base matemática fue relativamente fácil, gracias a las mediciones del Ministerio de Educación. Escoger un colegio con valores y principios congruentes con nuestra fe costó un poco más. Por ejemplo, un colegio en sus descripciones decía: “Respetamos las creencias de cada alumno”. Me pregunté qué quiere decir eso, ¿acaso respetarán la fe y adoración de mi hijo? ¿O, por ejemplo, quiere decir que, si algún alumno llega a creer que se puede tener un género distinto a su sexo, lo respetarán? Pues, el pastor Bremer se enfrentó a lo mismo décadas atrás y su decisión fue más atrevida. Él abrió su colegio para garantizar la educación de sus hijos. Me dijo con los ojos llenos de fervor: “¡Juan Diego, los misioneros siempre plantaron iglesias y colegios para garantizar la predicación del evangelio!”
Líderes, solo los quiero inquietar una vez más para que seamos el reino de Dios en todas las esferas. Los motivo a que sigan siendo luz y a que no se conformen con la cultura actual. Sigamos trayendo el reino de Dios a la Tierra. Emprendan con excelencia en educación, política, medios de comunicación, artes y deportes. Procuren ser los mejores para que esta nación le otorgue más la gloria a nuestro Padre celestial
¡Casa de Dios, te quiero mucho!
Por: Juan Diego Luna