¡Qué complicado es crecer! Cuando somos pequeños lo único que queremos es ser grandes. Tener nuestras propias responsabilidades, poder salir a la calle sin que nos vigilen… tener “libertad”. Jamás te das cuenta de que esa libertad conlleva mucha responsabilidad. Te vas a vivir solo o te casas, pero extrañas cada día esa comida que tu mamá te hacía. Mi esposo dice que a él nunca le gustaba el caldo de res, pero desde que nos casamos, cómo le pedía ese plato a su mamá y ella con mucho amor se lo cocinaba. Desde pequeños estamos tan familiarizados con nuestros padres, hermanos, cuarto, baño y con todo lo que tenemos, que llega un momento en que lo damos por sentado y sin darnos cuenta dejamos de valorarlo como merece. Estamos tan acostumbrados a tenerlo todo a nuestro alcance, que cuando se va o lo perdemos, lo extrañamos mucho.
En Marcos 6:1-6 leemos que Jesús fue a su Pueblo a hacer milagros y mira lo que le pasó:
Jesús salió de esa región y regresó con sus discípulos a Nazaret, su pueblo. El siguiente día de descanso, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que lo oían quedaban asombrados. Preguntaban: «¿De dónde sacó toda esa sabiduría y el poder para realizar semejantes milagros?». Y se burlaban: «Es un simple carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros». Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer en él. Entonces Jesús les dijo: «Un profeta recibe honra en todas partes menos en su propio pueblo y entre sus parientes y su propia familia». Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado de su incredulidad.
Jesús llegó a Su pueblo y como era “Jesucristo, el hijo de José y María”, nadie valoró lo que Él podía hacer. Lo tuvieron durante tantos años, que no valoraron lo que Él era verdaderamente. Lamentablemente solo pudo sanar a unos pocos y se fue del lugar. Estaban tan acostumbrados a ver a Jesús, que lo menospreciaron. Se perdieron de muchos milagros tan solo porque se acostumbraron a Él.
Sucede igual con la iglesia. Todas las semanas tenemos el servicio dominical y nos acostumbramos tanto a que cada domingo debemos ir, que ya no lo valoramos. Los domingos podemos ver al pastor predicar en persona o en YouTube, lo tomamos por costumbre y no apreciamos la Palabra que Dios nos está dando a través del predicador. Vamos al grupo o al discipulado cada semana, pero por costumbre dejamos de valorar lo que Él nos ha dado. ¡No digamos el Espíritu Santo! Lo tenemos todos los días y dejamos de valorar ese honor de contar con Su presencia en nuestra vida.
Es tiempo de cambiar ese pensamiento y empezar a valorar lo que tenemos. No necesitamos otra pandemia para extrañar ir a la iglesia, tan solo hagámoslo aunque a veces no tengamos ganas. ¡Busquemos a Dios! Estoy segura de que si lo buscas te va a responder y a enseñar tantas cosas lindas. Te dará Su amor y refugio, y te mostrará que te cuida y te protege.
Salmos 17:6-8 dice: “Oh Dios, a ti dirijo mi oración porque sé que me responderás; inclínate y escucha cuando oro. Muéstrame tu amor inagotable de maravillosas maneras. Con tu gran poder rescatas a los que buscan refugiarse de sus enemigos. Cuídame como cuidarías tus propios ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas”.