Nunca antes había sentido tanta cercanía con un migrante como lo hice a través del libro Tierra americana, de Jeanine Cummins. “Cincuenta y tres días, 4,256 kilómetros lejos de la masacre”, comienza el epílogo del relato que sigue a Lydia y a su hijo Luca tras el asesinato de toda su familia dejándoles sin más opciones que huir de Acapulco hacia el norte.
Lo más duro de este sueño americano es que solo es el inicio de una pesadilla para muchos, y aunque las oportunidades de prosperidad suenan bien, los obstáculos que enfrentarán para adaptarse a su nuevo hogar son grandes. No obstante, aquellos que han hecho el viaje saben que no por eso dejarán de soñar para sí mismos y para sus familias.
Me hace pensar en lo que debió sentir Judá cuando fue llevado al cautiverio de Babilonia. Todas parecían malas noticias, sin embargo, leemos en Jeremías 29:5-7 un llamado a seguir soñando y dar fruto en medio de la prueba: “Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”.
Porque el llamado de Dios es para que soñemos a pesar de nuestra circunstancia. Que así como lo hacen las flores silvestres podamos crecer en tierras difíciles embelleciendo cualquier área. Este es un llamado a que sigas dando fruto y creyendo aunque nada en tu vida pareciera estar bien. Recuerda el versículo de Jeremías 29:11 en donde Dios dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y orareis a mí, y yo os oiré”.
Por: Daniela Quintero de Ardón