Si tu familia se va de viaje por una semana, ¿cómo deja la puerta principal de la casa? Seguro que cerrada. Con llave. Con doble llave. Y candados. Y alambre de púas. Y trampas estilo tumba egipcia por aquello de los ladrones de tesoros. Es decir, no solo cierran la puerta, sino que la cierran bien porque lo que está adentro de esas paredes es valioso y hay que protegerlo.
Pues cuando Josué llegó con los israelitas a Jericó y se preparaban para comenzar la conquista de la Tierra Prometida, dice la Biblia en Josué 6:1 que la ciudad estaba “cerrada, bien cerrada” y que nadie entraba ni salía porque todos tenían miedo. Miedo de ese pueblo que venía guiado por Dios.
¿Hay algo en tu corazón que sabes que no le agrada a Dios, pero que aun así no has podido vencer? ¿Te has preguntado por qué cuesta tanto abandonar ciertos hábitos o pecados? La respuesta es simple: La oscuridad en nosotros, al sentirse rodeada por la luz de Cristo, se cierra… bien cerrada… para no ser vencida.
El enemigo ha construido ciudades fortificadas en nuestro corazón y algunas son más difíciles de conquistar que otras; algunas incluso parecen ser invencibles, pero no lo son.
Si te acercas a Dios y el pecado o la tentación se intensifican en tu mente, quiero que sepas que estás en medio de una batalla y Cristo puede ganarla. ¿Cómo? Yendo a Él por ayuda, creyendo que puede darte la victoria y obedeciendo Sus instrucciones; porque para que los muros de Jericó cayeran, los israelitas solo tuvieron que creer y obedecer. ¡Y Dios hizo el resto!
Por: Sergio Estrada