Era un día normal en la vida del profeta Eliseo cuando una mujer se le acercó y le insistió para que la acompañara a comer a su casa y compartir junto a su esposo. Eliseo aceptó gustosamente la invitación (pues ¿quién, en su sano juicio, no acepta una invitación donde hay comida de por medio?). Nadie imaginaba que ese día la sunamita iba a recibir una promesa de Dios que cambiaría por completo su vida. Eso que tanto había anhelado en silencio estaba a punto de materializarse: por fin iba a ser madre.
Después de que pasara el tiempo indicado por el profeta, la sunamita dio a luz a su hijo. ¡Qué bien se siente poder palpar con nuestras manos los sueños que hemos esperado durante años! Me encantaría que aquí hubiese terminado la historia, pero no fue así. El niño de la promesa se enfermó y de un instante a otro murió en el regazo de su madre.
¿Cuántos de nosotros hemos visto nuestros sueños, proyectos y metas morir sin que podamos hacer nada? Se desgarra nuestra alma cuando vemos cómo se desmorona lo que nos llevó años construir. La incertidumbre, la duda y la tristeza no se hacen esperar y empiezan a nublar la perspectiva de todo cuanto nos rodea. Es difícil ver más allá del dolor cuando experimentamos una pérdida.
En el momento en donde todo pareciera estar a favor nuestro, una circunstancia externa viene y cambia todo, destruyendo nuestros sueños y junto con ellos nuestro corazón. ¿Qué podemos hacer cuando frente a nosotros muere aquello por lo que hemos luchado? ¿Qué hizo la sunamita al perder a su hijo? ¿Se puede seguir creyendo a pesar del dolor?
Esa pequeña luz de esperanza que mantenemos cuando todo está perdido es lo que logra iluminar nuestros días más oscuros. Esa convicción de que de alguna forma inexplicable todo servirá para el propósito de Dios es lo que nos mantiene de pie a pesar del dolor y la frustración. Porque cuando nos visita la muerte solo nos queda confiar en aquel que ya la venció.
La sunamita creyó por su hijo cuando era estéril y siguió creyendo cuando lo tuvo muerto en su regazo, porque quien le había hecho la promesa era digno de confianza. Esa fe la hizo luchar contra todo pronóstico hasta que su hijo resucitó (2 Reyes 4:8-37).
Eso que viste morir en esta temporada volverá a la vida. Solo cree y confía en que Dios no sabe fallarle a Sus hijos. Él hará brotar vida de aquello que pareciera haber muerto.
Por: Diego Herrera