Luego de 21 años de haber aceptado a Jesús como mi Señor y Salvador, y tras 17 años de servir en grupos de amistad, predicar sobre Su amor incomparable y ayudar a personas a mejorar su vida, este año me pasó algo muy extraño que me provocó confesarles a algunas personas de confianza algo que jamás creí decir: “Dejé de sentir a Dios”.
No quiero que me malentiendan con esto. En ningún momento he dejado de creer en Él, pero dejé de sentirlo durante mucho tiempo. Lo más extraño es que sabía que Dios estaba conmigo en cada momento porque veía cómo me cuidaba y me respaldaba —incluso hasta de formas bastante sobrenaturales—, pero ya no lo sentía como en otras etapas.
Vivir este tiempo sin sentirlo, me hizo evaluar en dónde estaba cimentada mi fe. ¿En lo que puedo sentir o en mis convicciones? Porque si basamos nuestra fe en poder sentirlo, escucharlo o recibir confirmaciones, cuando esto no pase correremos el riesgo de frustrarnos e incluso dudar de Él; pero si nuestra fe se basa en la convicción de que Dios tiene el control y nunca nos abandona, entonces entenderemos que Él muchas veces permite que vivamos etapas así para formar nuestro carácter y que Sus planes en nuestra vida se realicen como debe ser.
Probablemente te has sentido como yo alguna vez. Quizá sientas que Dios se alejó de ti o te abandonó porque las cosas que suceden no te favorecen o porque tus oraciones no parecieran ser contestadas; sin embargo, Él siempre está cerca y cuida de ti. Según la Biblia, esto les pasó también a grandes hombres de Dios como Juan el Bautista cuando estuvo en prisión, al profeta Elías cuando se ocultó en una cueva para que no lo mataran e incluso a Jesús al estar crucificado, cuando en Mateo 27:46 dijo: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Sabemos cómo fue el final de las historias que mencioné como ejemplo: cada uno dejó de sentir a Dios durante poco o mucho tiempo, pero incluso en esos momentos Él estaba con ellos y cumplió Su propósito para cada uno, así como lo hará contigo y conmigo a pesar de que a veces no lo sintamos tan presente.
Dios trabaja de formas misteriosas; muchas veces de formas silenciosas, pero nunca abandona a nadie. Ahora lo siento más presente que nunca en mi vida, no de la forma convencional, pero sí de la forma necesaria. Cuando pienses “no siento a Dios” solo recuerda que no tienes que sentirlo o escucharlo para saber que está presente. Cree en que Él tiene el control de tu vida y cimenta tu fe sobre la convicción de que siempre estará contigo.
Por: Luis Túchez