Llegué a la casa después de dos años. Estaba llena de telas de araña, el jardín estaba destruido y la grama crecida. Me invadió una sensación de tristeza y nostalgia al pensar en lo que la casa solía ser. Me había regalado muchas sonrisas, había sido testigo de algunas lágrimas y un sinfín de sucesos. Sólo bastaron un par de semanas de abandono para que el polvo comenzara a cubrir los vidrios de las ventanas y el césped a perder su forma. Ahora las aves habían hecho nido en ella, y qué hablar de los murciélagos que se escondían en los espacios oscuros del ático. Sin duda, la casa no era la misma, no después de haberla abandonado.
A pesar de que me sentí triste y un poco frustrada al ver el estado de mi casa, noté que las bases seguían firmes, ninguna pared estaba agrietada, no había goteras, tan sólo unos cuantos vidrios rotos, pero al final, las bases intactas. Después de todo, la casa estaba forjada sobre roca. Así que decidí reconstruirla. Tan solo bastó limpiarla, pintarla y adornarla para que se viera como nueva.
Y al escribir “la casa” quise hacer una alegoría de mi relación con Dios. Después de algún tiempo en el abandono, quise regresar y la encontré en el estado que describí arriba: hecha un desastre pero con las bases intactas. Afortunadamente tan sólo bastó una decisión para volverla a reconstruir. No intento decir que “la casa” es Dios, Él jamás cambia o envejece, tampoco pertenece a un solo lugar. Es el espacio que Él ocupa en mi vida. Cuando lo quité de allí los malos pensamientos y el pecado tomaron un lugar que no les correspondía, como las aves y murciélagos.
Como una casa, así es mi relación con Dios. No todos los días es perfecta, a veces se ensucia e incluso puede desordenarse, pero todos los días, al pasar tiempo con Él, las cosas vuelven a tomar su lugar. Abrazar la gracia me hace saber que estoy a una decisión de limpiar y mejorar esa casa diariamente, estar allí me da la fuerza para recuperarme y salir a enfrentar el mundo. Siempre he pensado que no importa cuánto tiempo hayas estado fuera, siempre estás a una decisión de regresar, después de todo, es Dios quien te llama de vuelta a casa.
Escrito por: Mónica Tello
Fotografía: Freepik