Hace poco recordé que por alguna razón siempre me escogían de ultimo en los equipos del colegio. Para defenderme quiero decirles que, aunque nunca fui un deportista sobresaliente, siempre me esforzaba bastante y mis equipos terminaban ganando (o así quiero recordarlo). Sentía nervios en esos momentos de elección de equipos, era bastante incomodo quedarse de último. A veces pensaba que los que escogían creían que no era digno de jugar con ellos. Creo que por eso me volví tan competitivo: porque siempre quise demostrar que sí era merecedor de ser miembro del equipo.
No sé si alguna vez has sentido que no mereces algo. En mi vida hay cosas que reconozco que las tengo por haber tomado buenas decisiones, pero con otras no encuentro una lógica que me haga creer que realmente soy merecedor ellas. Cuando volteo a ver a mi familia, a mi novia, a mis amigos y mi trabajo realmente tengo más de lo que alguna vez soñé.
En las Escrituras encontramos una historia fascinante en donde un ladrón tuvo una plática con Jesús que le cambió la vida. Jesús se encontraba en Su momento más vulnerable, más humano, seguramente en los últimos suspiros de Su vida y un ladrón empezó a burlarse de Él, diciéndole: “Si Tú eres el Cristo sálvate a ti mismo y a nosotros”; mientras que otro ladrón, reconociendo en Él algo divino, le pidió a Jesús que se recordara de él cuando estuviera en Su reino.
La conversación no terminó en ese momento. El maestro tuvo una respuesta no para el que le injuriaba, sino para el que clamó misericordia. Jesús le contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:39-43).
Yo quedo completamente en shock cuando leo estas palabras porque en ese lugar había discípulos de Jesús, familiares de Él, gente a la que el maestro había sanado y liberado, pero fue un ladrón el que recibió el regalo de la salvación. El que parecía más indigno en ese lugar recibió el regalo más grande.
A Dios no lo limitan nuestros errores del pasado, tampoco lo condicionan nuestras faltas o pecados. Si tan solo creemos en Él podemos recibir un milagro de parte suya. A simple vista no somos dignos de lo que Él puede darnos, pero a través de la sangre de Jesús nos volvemos merecedores de Sus bendiciones. Somos indignamente merecedores de la eternidad porque Él así lo decidió.
Por: Diego Herrera