Estás en medio del tráfico. Vas tarde al trabajo y la fila avanza lento. De pronto el carril de al lado comienza a avanzar más rápido. Pones pide vías y te pasas al otro carril. Y justo en ese momento, tu nuevo carril se queda estancado y ves avanzar libremente el otro en el que estabas. Somos rápidos para cambiar cuando las cosas no avanzan como queremos.
He escuchado decenas de veces el mismo caso en congregaciones o grupos de personas, más o menos con estas palabras: “me voy a cambiar, porque las personas aquí son muy falsas”; “me paso a otra iglesia porque aquí todos son egoístas”; “me voy a otro grupo porque aquí el domingo son alguien y el lunes son alguien más”. Y comenzamos a señalar a los demás por no actuar como “cristianos”, en vez de serlo nosotros primero. Es en ese momento que nos volvemos Evanhólicos.
En nuestra vida como cristianos podemos caer en volvernos tan adictos a una doctrina y fanáticos del evangelio que rechazamos a los demás cuando no lo cumplen al pie de la letra. Nos enfocamos en el montón de reglas y prohibiciones y nos gusta descubrir a los demás no haciendo lo que la Biblia dice para señalarlos por eso. Así como los Fariseos, que siendo conocedores de la palabra y la ley señalaban a Jesús. Y es allí en donde debemos aprender de Él, que antes de estar buscando quiénes cumplían y quiénes no, se dedicaba a amar y aceptar a las personas sin excepción.
Si algún día en la iglesia encontramos solo gente perfecta, es porque no estamos haciendo nuestro trabajo. La iglesia es el lugar para los incorrectos, rotos del corazón, perdedores, pecadores, tercos y egoístas. Y es nuestro trabajo es estar allí para ellos y enseñarles con amor el camino correcto, no juzgarlos. La cura para un Evanhólico es ser un verdadero cristiano: aquél que imita a Cristo, que ama y da todo por las personas, que busca antes servir que señalar, y que entiende que donde hay personas imperfectas es donde se puede ser más útil para Dios.
Por: Rodrigo Villagrán