Vivimos en una sociedad en donde un error momentáneo puede repercutir en lo que hemos estado construyendo durante años. Un mal examen puede determinar nuestro futuro académico. Una mala decisión puede condicionar nuestro trabajo y una mala relación sentimental puede traer consecuencias en nuestras relaciones futuras.
Una sociedad con vínculos tan fáciles de romper podría condicionar nuestro sistema de pensamientos. Podemos llegar a creer que ninguna relación realmente dura para siempre. Ese tipo de creencia llevada a la esfera de nuestra relación con Dios puede ser muy peligrosa. Por eso a veces la gente se aleja cuando le falla al Señor, porque piensan que su relación con Él es igual de frágil que todas sus demás relaciones terrenales.
Cuando Adán y Eva le fallaron a Dios, al desobedecerle, por supuesto que tuvieron consecuencias de sus actos, pero jamás disminuyó el deseo del Señor de estar con ellos y mostrarles Su favor. Fue Él quien, sabiendo el pecado que habían cometido, se levantó desde muy temprano a buscarlos. Incluso en medio del enojo que el Creador pudo experimentar pudo hacerles ropa con la piel de algunos animales (Génesis 3:21). Nada de lo que hagamos puede hacer que Él nos ame menos de lo que ya nos ama.
En la historia del hijo pródigo se nos muestra la naturaleza de nuestro Padre Celestial. Cuando lo vio venir de lejos lo abrazó; además mandó traer un vestido, un anillo y calzado nuevo e hizo fiesta (Lucas 15:11-24). Esta no parece una reacción lógica ante las malas acciones que tuvo el hijo contra de su padre, pero nos da una gran enseñanza: nuestra relación con Dios no depende de nuestras acciones, sino de Su amor por nosotros.
Tenemos un Padre bueno que está dispuesto a mostrarnos Su misericordia y fidelidad en todo momento. Confiemos en que nada ni nadie nos podrá separar de Su amor. Sin importar lo que suceda, nuestro vínculo con Dios es eterno e irrompible.
Por: Diego Herrera